¿Conoces a Phineas Gage? Fuera del campo de la neurobiología o la psicología probablemente poca gente lo conozca. Sin embargo, se trata de (posiblemente) uno de los casos más estudiados en estos ámbitos. Hoy te voy a contar, si no la conoces ya, la historia de Phineas Gage que, aunque trágica, marcó un antes y un después en el conocimiento de la estructura y funciones del cerebro.
Era el año 1848 en un pequeño pueblo llamado Cavendish. Phineas Gage trabajaba como capataz de una obra, abriendo camino para construir una línea férrea entre Rutland y Burlington, en el estado de Vermont. Tenía entonces 25 años.
El 13 de septiembre de 1848 era un día aparentemente normal, y se disponían a abrir el camino volando la roca sobre sus pies. Para ello, perforaban la roca, lo rellenaban de pólvora y arena y lo apisonaban con una barra de hierro. La arena era esencial pues impedía la explosión hacía la parte externa de la roca. Ese día, antes de que un compañero habiera echado la arena, Gage comenzó a compactar directamente la pólvora, lo que provocó unas chispas que, a su vez, detonaron la explosión.
El caso es que, tras la explosión, la barra de hierro salió volando y atravesó el rostro de Gage. Entró por la mejilla izquierda, por debajo del ojo, perforó la base del cráneo y salió, posteriormente, por la parte frontal del mismo, justo encima de la frente. La barra de hierro de 1 metro de longitud y 3 centímetros de diámetro, voló hasta unos 20 metros del lugar del accidente y Gage cayó tras el impacto.
Para sorpresa de los presentes, Gage comenzó a reaccionar, rostro ensangrentado, y sus compañeros le llevaron al hotel Sr. Joseph Adams en una carreta. Al llegar allí, se bajó de ella por sí mismo y esperaron a un médico.
El primero en acudir fue Edward Higginson Williams y un poco más tarde John Martyn Harlow, quienes consiguieron detener la hemorragia y las infecciones. Gage estaba plenamente consciente y respondía a todas las preguntas que le hacían, para asombro de los presentes. Años más tarde el doctor Williams describió la escena: “El señor Gage, durante el tiempo en que estuve examinando la herida, estuvo relatando a los espectadores la manera en que resultó herido; hablaba tan racionalmente y estaba dispuesto a responder a las preguntas que se las dirigí preferentemente a él y no a sus compañeros…” Este testimonio constata lo sorprendente e increíble de este accidente.
Tras dos meses de tratamiento, Gage presentó signos de mejora y finalmente tuvo una recuperación física completa. Sin embargo, para tragedia de Gage, las secuelas de ese accidente le perseguirían el resto de su vida. Pronto, tanto sus compañeros como el doctor Harlow notaron que el equilibrio emocional de Gage se había perdido. Irregular, irreverente, caía en las mayores blasfemias, impaciente por las restricciones… Son algunos de los cambios que describió el propio Harlow. No fue capaz de continuar en su empleo de capataz, de modo que trabajo brevemente en un lugar y en otro. Cuatro años después viajó a Sudamérica donde siguió con sus transitorios trabajos, hasta que en 1860 decidió volver a Estados Unidos. No se sabe mucho más sobre su vida, excepto que, en 1861, después de sufrir varios ataques epilépticos, Phineas Gage finalmente murió con 38 años.
¿Por qué vale la pena leer esta historia?
Más allá de la curiosa e inimaginable vida de Gage tras sufrir el accidente, esta historia ha fascinado a neurólogos y psicólogos. Lo importante de este hecho era que se hacía patente la existencia de sistemas en el cerebro dedicados a la dimensión social y personal del razonamiento. Existen lesiones neurológicas que afectan exclusivamente al intelecto social y normas éticas adquiridas, aún cuando ni el lenguaje ni la percepción se ven afectadas.
Este hecho condujo a numerosas líneas de investigación para tratar de explicar estos hallazgos, lo que a su vez trajo consigo nuevos descubrimientos e hipótesis. Por tanto, no es de extrañar, que este caso continúe sorprendiendo y siendo enseñado en campos como la psicología o la neurobiología.
Fuentes:
– Damasio, A. El error de Descartes. La emoción, la razón y el cerebro humano. Destino. 1995.
– García-Molina A. Phineas Gage y el enigma del córtex prefrontal. Neurologia. 2012;27: 370–375. doi:10.1016/j.nrl.2010.07.015
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